Las rutas bien planificadas, pueden resultar muy gratificantes, pero cuando uno deja los mapas dentro de la mochila y se deja guiar por el instinto, el día puede acabar siendo una fiesta de sensaciones nuevas. Las inclemencias del tiempo hicieron que fuésemos esquivando la lluvia, buscando refugios de todo tipo: desde museos a entradas particulares en casas donde no nos pudiera alcanzar el agua como si tuviera radiación. Sabíamos que una vez mojados, el secarse iba a resultar imposible, con lo que cada 30 minutos íbamos cambiando el rumbo, acabando literalmente perdidos. Los Kappa, esas criaturas de leyenda en el Valle de Tono, aparecían por todos los lugares, pintadas en el pavimento, esculpidas en piedra o en cartelitos graciosos advirtiendo de su peligro. Curioso como algo inexistente está tan presente.
Me chocó mucho la fotografía situada debajo, con los aldeanos hace 80 años construyendo sus casas para protegerse de los inviernos más crudos del país. Si con las ropas de la actualidad pasamos frío, no puedo imaginar cómo se las ingeniaban para combatir las temperaturas de -15 grados que el invierno impone sin clemencia en la comarca.
Abajo podemos ver a los famosos Kappa. Duendecillos de río que las madres utilizaban en el pasado para infundir miedo a los niños y evitar que se acercaran al bravo río, causante de numerosos ahogamientos. Según cuentan, estos seres, secuestraban a los más débiles, comían pepino a falta de niños en su menú y en su coronilla llevaban una especie de cuenco natural, lleno de agua. Su gran educación era su perdición, porque si saludabas a uno, éste hacía una reverencia y perdía el agua contenida en su cabeza perdiendo su fuente vital de energía.
Una de las mejores maneras de conocer este desconocido lugar, es con bicicleta y un buen imperneable. Debemos pedalear duro si queremos llegar a los rincones más escondidos y bonitos del valle, como templos, restaurantes, o riachuelos que discurren por los verdes arrozales inmaculadamente cuidados. Valle de Tono es una Japón diferente y rural, donde los aldeanos no dejan de asombrarse al ver que sus tierras también son pisadas por viajeros.