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No es de extrañar que la gente que acaba conociendo Luang Prabang, coja un trocito prestado de su alma y lo guarde para sí mismo. He estado en muchos lugares de este planeta y es inevitable la pregunta del millón. ¿Dónde te hubieras quedado a vivir? Podría haber dicho decenas de islas que me han sorprendido por su belleza en el mar Caribe, Índico o Pacífico. Nunca pude responder cuál fue mi país favorito. Todos guardan bajo llave sus secretos. Sólo debemos ir a recogerla y abrir las puertas para indagar en su interior, haciendo a menudo caso omiso al exterior.

Luang Prabang, es el único lugar que yo he decidido ir a vivir. En sueños, claro, pero la respuesta es sincera y si pudiera lo haría aunque fuera por un tiempo con fecha de caducidad. Puede que muchos viajeros se sorprendan. Con la de lugares que hay en Asia…

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Cómo parte anexa de mi primer artículo sobre Luang Prabang, añadiré cosas que dejé en el tintero y deben hacerse. Si no, acabaremos por llevarnos una impresión algo equivocada de un lugar, que desgraciadamente va llenándose año tras año de mochileros, perdiendo un poco su punto de enfoque original, adaptando muchas de sus ventas en los puestos ambulantes, a los gustos de un comprador ajeno a Laos.

No podemos perdernos El Mercado Nocturno de la Artesanía. Cada día de 17.00 a 23.00 horas, este acontecimiento tan cotidiano para los comerciantes, se puede volver en algo mágico para los que disfrutan comprando durante sus viajes. El ambiente suave y relajado, sin masificaciones,  dista mucho de lo que tenemos la mayoría de concepto de mercados en Asia. Los vendedores no agobian. Caminas tranquilo y seguro. La calle principal, donde todas las agencias de deportes de aventura se sitúan, queda cortada al tráfico y sólo podremos ver puestecitos iluminados con tenues luces bajo unos bien montados toldos, dando la impresión, de que la calle nunca acaba.

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Está muy claro que la economía local, depende de las ventas realizadas en quizás, uno de los mercados más tranquilos del continente. No debemos sentirnos mal por gastar en demasía. El precio de los productos es muy barato y el regateo puede ofrecerse aunque no se acostumbre a ello. Nuestro dinero servirá para dar de comer a familias, sin intermediaros de por medio. Las tiendas, las regentan los mismos propietarios. Podremos comprar: pañuelos de seda, camisetas, pantalones, mantas,, cerámica, lámparas de papel o bambú y un largo etcétera que va renovando con el tiempo.

Acabado el mercado, a nuestra derecha, tenemos una callejuela que sirve como Mercado de la Comida. Es totalmente imprescindible comer allí. A parte de ser sorprendentemente barato, la comida que nos ofrecen los cocineros, está deliciosa. Yo todas las noches que hice en Luang Prabang, cené allí y actualmente, después de haber finalizado mi viaje, echo de menos esos rollitos vietnamitas con su salsa en soja picante, aunque una de las especialidades locales, llamada jaew bawng, debería pasar por nuestro paladar. Hay más platos típicos con un fuerte picante, sacado de raíces y único en todo el país. La gastronomía de Luang, es orgullosa y se ha mantenido intacta. Los desayunos con pastas europeas y café intenso son otro aliciente en los desayunos . Tengamos en cuenta que el país pasó por varias manos y sus influencias culinarias dejaron un legado difícil de superar.

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Creo que este lugar, es donde encontraréis más viajeros independientes. Una mesa con otros comensales, pueden inducir a interesantes conversaciones y puede que encontréis compañero para proseguir vuestro viaje por el país o el continente. El ambiente es de camaradería. Comeremos bien y haremos amistades con viajeros que nos contarán sus historias como nosotros las nuestras.

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Dejando la noche, pasaremos al día. A primera hora de la mañana, sobre las 6.00, (informaros previamente en la pensión donde os alojéis), los monjes budistas, hacen el recorrido diario para recoger alimentos. Esto no deja de ser algo corriente entre los feligreses budistas, que como buenos adoctrinados, cumplen con su cometido de dar sin interés alguno arroz, galletas y bebida a una interminable cola de novicios de todas las edades.

Nada queda al azar. Sorprendentemente, había una avispada mujer que nos vio salir del hostal para admirar este evento irrepetible para alguien como nosotros. Por un justo precio, nos alquiló una esterilla, nos vendió arroz y galletas. Mi compañera, con todo el respeto que nos genera esta religión, bajo un silencio sepulcral matutino,  iba repartiendo con las manos su ofrenda, dividiendo los alimentos para abarcar el mayor número de monjes posible.

Una vez hayamos acabado con nuestro stock alimenticio, podemos pasear e ir observando como por toda la ciudad, el paseo sigue durante un par de horas. No deberíamos pasar por alto el mercado local, donde los laosianos hacen sus compras diarias. Lleno  de color, disfrutaremos de buenas fotografías y poder poner rumbo a otros lugares que Luang Prabang nos ofrece, alejado de los ojos turísticos.

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Anécdotas laosianas:
El Soborno.

Sabía de antemano, que alquilar una motocicleta era peligroso. Lo que no me esperaba fue lo que sucedió a mi regreso por los bellos paisajes en las afueras de la ciudad.

Un control policial, me paró. Me recriminó que había conducido en sentido opuesto al permitido. Puede ser. El mercado recién abierto, cortaba la calle principal y no había manera de volver. Le expliqué de todos los modos posibles mi involuntaria maniobra. El joven no tenía una pequeña base de inglés y de lo único que hablaba era de dinero. Me dio a entender bajo la supervisión de sus mandos, situados a unos metros por detrás, que un extranjero no tenía permitido montar en vehículo. La conclusión final, fue de 10 dólares o te llevo al cuartel, donde la motocicleta se quedará en depósito. El soborno acabó en 5 dólares y mi indignación por no poder defenderme.

La Comida.

En la entrada desde Vietnam, la frontera terrestre, algo dejada, sin tiendas, sin casas de cambio y con un viaje que dobló la previsión inicial de llegada,  el conductor del autobús decidió hacer parada en tierras laosianas. Consciente que sólo poseía dinero tailandés, decidí que Lourdes fuera al comedor con unos 250 Baths para traer comida. Al cambio, hablamos de unos 7 euros, suficiente para comer dos personas en casi cualquier lugar asiático de carretera y más aún si vieseis el restaurante en cuestión.

A los cinco minutos, Lourdes vino con un plato de arroz blanco, con expresión taciturna. Mi enfado monumental hacia los estafadores, saltó cuando me dirigí a la cocina y recriminé la acción machista, hacia una turista solitaria, no percatándose que estaba en compañía de otro viajero.

Dos buenos platos de carne, más otro de arroz, con bebida incluida, fueron suficientes para que se les cayera de cara de la vergüenza o del peso….vete tú a saber.

La Reflexión

Cosas de este tipo, te pueden ocurrir en todo el mundo. En cualquier país es muy fácil que te engañen y que no te enteres nunca. En Indonesia, en muchos lugares, cobran más al turista por simples costumbres. Vale. Acepto que muchos no tienen lo que nosotros llegamos a poseer en nuestras casas, pero veo de un injusticia xenófoba, con una discriminación al foráneo que hagan estas cosas. ¿Qué ocurriría si hiciéramos lo mismo en nuestras fronteras? Nos tildarían de feos adjetivos. Os imagináis que la Alhambra o la Sagrada Familia tuviera un 200 por 100 de su precio para el visitante. Yo no. Yo pago aquí y allí, donde vaya.

Otra cuestión es racanear en una compra de artesanía un triste Euro.  He visto a viajeros que se han ido indignados porque el vendedor dio su última oferta, la que indicaba el límite de sus beneficios. Eso es lamentable. Donde existe el regateo, hay que ser conscientes que del ahorro a la mezquindad hay una delgada línea. A menudo cuando viajo, me estresa el hecho de estar largos minutos rebajando algo que en un principio reconozco que está doblado de coste. Por agotamiento psicológico, puede que page un euro más caro, pero el tiempo ganado vale más que el engañoso orgullo de haber timado al vendedor.

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Más imágenes de Luang Prabang. Sus Mercados y sus monjes:

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Siesta

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Pescado

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Ofrendas

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Afueras de Luang Prabang

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Paseo matutino

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Cooperación total