Después de varias semanas viajando, estuve tentado en ir a Si Pha Don, “cuatro mil islas”, situado en el Sur del país. Fue imposible. En mi siguiente viaje a Vietnam, haría por dejarme caer por allí , cruzando el conocido paso entre ambos países y visitar el resto, que me dejó un inmejorable sabor de boca, pero que en realidad no conocí nada del vasto territorio vietnamita, visitando solamente la alocada Hanoi y la hermosa Bahía de Halong. El tiempo era justo y quería volver a Bangkok para disfrutarla por segunda vez en tres años. El viaje que quedaba delante de mí, no comprendía de errores. No podía divagar en curvas bajo el mapa. Al hacerlo por vía terrestre, dependía muchísimo de trazar una línea recta entre Laos y Tailandia, con lo que desde Luang Prabang, decidí poner rumbo a Vang Vieng.
Mi visita a las aldeas del Laos más profundo, me afectó. La pobreza exenta al turismo de carreteras generales, estaba visible a tan solo unos kilómetros jungla adentro.
La curiosidad de ver este lugar, vino precedido de mis lecturas en la guía de viajes que me acompañó todo el tiempo. No podía imaginar lo que me iba a encontrar allí. Pero para llegar a cualquier lugar de Laos, debes buscar caminos secundarios no muy alejados de las principales carreteras.
El autobús salió por la mañana. En teoría iban a ser unas cinco horas de trayecto, acompañado de unas vistas impresionantes a nuestro paso. Lo que no sabía, es que íbamos a pasar por el mismo punto en el que se derrumbó la carretera y que tanto nos retrasó nuestra llegada a Laos. El viaje al final, se acabó alargando 21 horas.
Nuestro desazón se convirtió en una divertida aventura entre cervezas, en chiringuitos aprovisionados de toldos y comerciantes oportunistas, aprovechando la desdicha de los viajeros sin viaje. Acompañados por otros mochileros que no ansiaban tanto la apertura de la ruta, pudimos charlar y conocer un poco, los trocitos de vidas ajenas, venidas de todas las partes del mundo. El tiempo es tan fundamental mientras viajamos, que a menudo cambia tu forma de tomar las cosas. Mientras aquellos jóvenes no tenían fecha de regreso y su ruta se prolongaba hasta que sus ahorros se agotaran, yo debía continuar para llegar a Tailandia donde en una semana tenía el vuelo de regreso. Como me hubiera gustado poder saborear la sensación de no darle importancia a los horarios, a los días o simplemente dejar a un lado calendarios y seguir los caminos de Asia por puro instinto.
A las cinco de la mañana llegamos a Vang Vieng. Sin dormir, sin apenas probar bocado y con la boca aún reseca del leve alcohol que las cervezas laosianas contenían. Decidimos coger cualquier pensión y dormir hasta medio día para poder arrancar nuestra visita con fuerzas renovadas y sin ser eclipsados por una manifiesta fatiga.
El hostal Khamphone Guest House, nos acogió con una pasmosa tranquilidad. No eran horas de recibir inquilinos y el joven divagaba entre su lengua y un inglés arrastrado que costaba de traducir en tu mente agotada. La habitación con una cama grande y un buen baño particular serviría para dar rienda suelta a los sueños que iba a provocar el profundo cansancio de tantas horas en el camino. El precio, unos 10 dólares la noche por la doble.
Con unos 30.000 habitantes, la sensación de grandeza pasa desapercibida. El lugar en cuestión carece de encanto, pero sus alrededores son de una belleza pasmosa. Asentada en el río Song, con un terreno kárstico, las vistas mientras navegamos por su río son inolvidables. Este tipo de roca, da lugar a innumerables cuevas para los amantes de la espeleología, muchas de las cuales, todavía ni han sido exploradas.
Vang Vieng, puede levantar opiniones contrapuestas. Hay turistas que ven la belleza de sus montañas. Otros prefieren disfrutar de sus días y noches, aposentando los culos en los bares, exclusivamente enfocados a los visitantes australianos, que ven en el país de Laos, una forma barata de beber alcohol y colocarse a su antojo con diversas drogas.
La una no puede ir con la otra… en teoría. El río Song, que discurre por acantilados, ha sabido adaptarse, reinventarse y sacar provecho de una economía mermada en el pasado, ya que Laos abrió sus puertas al exterior hace apenas unas décadas. Las actividades son innumerables. Podemos cabalgar en caballo, alquilar motocicletas, hacer caminatas a perdidas aldeas, montar en elefante, pedalear hasta caer rendidos por caminos recónditos, navegar por las bravas aguas en rafting o kayak y hacer escalada en las empinadas paredes de caliza, consideradas por muchos como las mejores del sureste asiático, con más de cien vías abiertas de ascenso.
Pero hay una modalidad que me dejó perplejo. Un tipo de actividad que es la joya de la corona en Vang Vieng: EL TUBING. No entiendo cómo se puede llegar a joder un lugar tan bonito con esta aberración que supongo tendrá algo de curioso para los más jóvenes y borrachos turistas que uno se pueda echar a la cara.
La actividad es muy sencilla. Alquilas un neumático flotante de tractor y te llevan carretera arriba donde te sueltan a tu aire, para que la corriente te vaya llevando por esas preciosas gargantas. Hasta ahí, todo parece normal, pero es que cada cientos de metros, en las orillas, salen locales hechos en bambú que sirven alcohol barato. Los propietarios lanzan una cuerda al navegante para arrastralro y ahí se toma sus baratas copas de garrafón, cogiendo unas importantes cogorzas. Cuando has acabado, si no has encontrado nuevos amigos con los que dejarse llevar por más litros de alcohol, Siguen solos, rumbo a otro surrealista bar, salido de la jungla que vuelve a lanzar el anzuelo para atraerlo de nuevo. No es de extrañar, que mueran ahogados a menudo por su incapacidad voluntaria de seguir un rumbo fijo y seguro.
Yo decidí hacer el río en Kayak y paré en uno de estos bares. Veía como estos jovenzuelos disfrutaban de lo lindo. No es una crítica a una desbocada juventud. Pero la belleza imponente de estos parajes perdidos en este desconocido país, en este escondido rinconcito de Laos, contrasta con la filosofía que han querido plasmar los lugareños al lugar, para hacer caja. ¿La culpa es de ellos? No lo creo. Supongo que anda repartida entre ambas partes.
Pero tranquilos. No tachéis este lugar de vuestro itinerario. Si vais desde el norte a la capital con deseos de cruzar a Tailandia, es un buen sitio para descansar. Nadie te obliga a ver este curioso espectáculo que las corrientes del río van arrastrando. Vang Vieng, es de hecho un curioso lugar para pasear. Aquí, la calma laosiana se respira, mejor dicho, te ahoga. Un plato en cualquier restaurante puede llegar a tardar dos horas. La serie norteamericana de “Friends”, sigue su curso en interminables DVD´s, que no paran de funcionar ni a las dos de la mañana. Puede que suene a tópico, porque en la guía de Lonely Planet, en una versión muy desfasada, me advertía de esos pequeños detalles. Después de seis años de la edición que llevaba, todo seguía igual como lo describía el autor.
Pero no seamos duros con Van Vieng y voy a darle un voto de confianza. Los caminos para alquilar una motocicleta son divertidos y muy bellos. La auténtica Laos, puedes vivirla alejándote un poco de su epicentro y dejar llevarte por las simpáticas gentes, es muy sencillo.
Animo a quien dude si ir o no que lo intente si entra en su ruta como camino. Yo lo pasé genial aunque me quedé algo sorprendido en su forma de enfocar un turismo barato y con unos firmes propósitos de hacer caja rápidamente a cualquier precio.
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La espera, la paciencia y una buena sonrisa, son la fórmula perfecta para pasar con éxito por estos pueblos donde el tiempo se detiene
Como siempre, una buena motocicleta, es la mejor forma de conocer sus alrededores
La aberración de bares en medio del río, captando a jóvenes esponjas. Un mundo surrealista en los parajes más bonitos del país
Laos se deja llevar como nosotros queramos….eso sí, a ritmo lento