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Nuestra entrada a Japón, fue por Osaka, pero ni pasamos unas dos horas en la gran ciudad porque íbamos directos a Kioto. No había tiempo que perder y Osaka, por qué no decirlo, quedaba fuera de nuestro interés. Después de haber estado dando vueltas por Kansai, a los diez días, cansados y agotados, decidimos darle una pequeña oportunidad a la ciudad de las luce de neón.

Podemos ver en las instantáneas calles repletas de carteles luminosos a nuestro paso. Estos japoneses no escatiman en invertir para anunciarse por la calle en sus lucrativos negocios.

Osaka, sorprende por su gran tamaño, pero dentro de sus exageradas dimensiones existe un orden y una sencillez que acaban gustando al viajero. La cocina como en todo el país es una auténtica delicia, los centros comerciales son el último grito en tecnología y por mucho que no quisiéramos encallarnos en una gran ciudad como ésta, al final nos rendimos a sus encantos no tan ocultos como en otros lugares de Japón. El barrio de Dotombori, es el más famoso y movido del centro, con unas luces de neón que como bien decía nuestra guía de viajes «Lonely Planet», parecía habernos tele-transportado a la película «Blade runner»

Apenas dos días fueron suficientes para salir corriendo de Osaka en tren hacía Takayama y recorrer el país de punta a punta. Nuestra siguiente gran ciudad sería el último punto del viaje, donde llegaríamos a la sorprendente Tokio.